sábado, 25 de agosto de 2018

Extracto de la Antigua Regla Masónica Rectificada





EXTRACTO DE LA REGLA MASÓNICA RECTIFICADA

        El imprudente que espera la hora en que tiene que actuar para saber lo que tiene que hacer, solo aprende por los reveses y el infortunio; y aquel que, para informarse de sus deberes espera el momento en el que deberá cumplirlos, se expone a faltarles siempre.

I
Adora al Ser lleno de majestad que creó el Universo por un acto de su voluntad y que lo conserva por un efecto de su acción continuada. Prostérnate ante el Verbo encarnado, y bendice a la Providencia que te ha hecho nacer entre los cristianos. Demuestra en todas tus acciones una moralidad esclarecida, sin hipocresía y sin ostentación.

II
Recuerda siempre que el hombre fue la obra maestra de la Creación, ya que Dios mismo lo creo a su imagen y semejanza. Convéncete de la naturaleza inmortal de tu alma, y separa cuidadosamente este principio celeste e indestructible de mezclas extrañas.

III
Tu primera ofrenda pertenece a la Divinidad, la segunda, al Soberano que la representa sobre esta tierra. Quiere a tu Patria, honora a sus jefes; cumple escrupulosamente con todas las obligaciones de un buen ciudadano, y piensa que ellas han sido santificadas por los votos libres del Masón; infringirlas representa añadir la ingratitud al perjurio.

IV
Salidos de un tronco común, quiere como Hermanos a todos tus semejantes, ellos tienen un alma inmortal como la tuya. El universo es la patria del Masón, y nada de lo que concierna al hombre le es extraño. Respeta la asociación masónica extendida por todas partes, y ven a dedicar en nuestros templos tu ofrenda a la beneficencia.

V
Dios, pudiendo bastarse a sí mismo, se dignó comunicarse a los hombres. Acércate a este modelo infinito, derramando sobre tu prójimo toda la masa de felicidad que esté en tu poder. Todo lo que el espíritu humano pueda concebir de bueno, está sometido a tu acción. Que una beneficencia activa, esclarecida y universal sea el principio de tu conducta. Previene el grito de la miseria; no le seas nunca insensible. Huye de la avaricia y la ostentación, no busques la recompensa del bien en la aprobación de la multitud, sino en el fondo de tu corazón. Y cuando veas que no puedes hacer dichosos a tantos como tú quisieras, mira el conjunto sagrado de buenas acciones que nos une, y coopera según tus posibilidades y capacidades en nuestros útiles establecimientos.

VI
Sé afable y servicial, que tu ejemplo inspire en todos los corazones el amor por la virtud; comparte sinceramente las penas y las alegrías de tu prójimo, y que la envidia no enturbie jamás este gozo. Perdona a tu enemigo, ámale, hazle bien; cumplirás así con uno de los preceptos más sublimes de la moral sagrada y reencontrarás los vestigios de tu antigua grandeza.

VII
Sondea los pliegues escondidos de tu corazón. Tu alma es la piedra bruta que debes desbastar. Dedica al Ser Supremo la ofrenda de tus acciones ordenadas y tus pasiones vencidas. Que tus costumbres sean puras y que tu alma sea cierta, pura y recta. Evita el escándalo, teme a los frutos amargos del orgullo, que perdió al hombre. Estudia los jeroglíficos de la Orden, ellos velan grandes verdades, y gracias a esa meditación llegarás a ser mejor.

VIII
Todo Masón, de cualquier comunión cristiana, país o condición que sea, es tu Hermano, y tiene derechos sobre tu asistencia. Respeta en la sociedad las distancias legítimas. En nuestros templos, sólo consideramos las existentes entre la virtud y el vicio. Guárdate de establecer toda distinción profana que lesionaría nuestra igualdad, y no te avergüences jamás en el mundo de un hombre honesto al que aquí has abrazado como a tu Hermano. No hagas esperar el socorro que puedas ofrecer, intenta reconducir al que se equivoca. Si se levantan nubarrones entre los Hermanos, trabaja sin descanso por disiparlos, ya que solamente la concordia puede cimentar nuestros trabajos.

IX
No te apartes jamás de las obligaciones impuestas a los Masones las cuales tú has aceptado libremente; respeta a tus superiores, obedéceles; ellos hablan en nombre de las leyes. Que el compromiso que has formulado de guardar nuestros secretos, esté siempre en tu memoria, si osas vulnerarlo, tu corazón siempre te lo reprochará y todos los Masones te abandonarán.

viernes, 24 de agosto de 2018

Hacia un Directorio Escocés Provincial en América del Sur


Alphonse de Lamartine, escritor y político francés, decía que solo el egoísmo tiene Patria, la fraternidad no la tiene. La cita me viene a la mente cada vez que llego a un lugar en el que me esperan mis Hermanos. Puedo recordar el modo en el que fui recibido en diferentes países, por Hermanos de distintas obediencias, y todos esos recuerdos son gratos. Sin embargo en estos últimos años, en los que por azarosas causas del destino –o por una gracia inmerecida– he viajado con frecuencia por mis responsabilidades para con el Régimen Escocés Rectificado y la Orden a la que pertenezco (Gran Priorato de Hispania), esta sensación de que la fraternidad no tiene Patria adquirió una dimensión especial.


Hace ya una década, un grupo de masones argentinos comenzábamos la temeraria tarea de desembarcar la antigua tradición cristiana del Rito Escocés Rectificado en tierras sudamericanas. En un continente en donde el Rito Escocés Antiguo y Aceptado reinaba desde el siglo XVIII, acompañado minoritariamente por los ritos de procedencia inglesa, el RER era algo exótico, un primo desconocido. En países en donde la palabra “masonería” es todavía casi un sinónimo de “destripa-fraile” hablar de masonería cristiana parecía un oxímoron.

Desde luego que no fue fácil difundir los orígenes de esta antigua tradición europea de una masonería caballeresca cuya partida de nacimiento es institucionalmente anterior a los ritos arraigados en América Latina. Claro que no fue fácil.

Decía que la tarea era temeraria –y realmente lo fue–, no solo porque pronto se manifestó la hostilidad de aquellos que verdaderamente creen que la francmasonería surgió espontáneamente en la modernidad, como consecuencia de una sociabilidad basada en el libre pensamiento (olvidándose de en qué se inspiraban los masones medievales y en nombre de qué construían miles de catedrales e iglesias), sino porque desde un principio, desde los primeros viajes a la Casa de la Orden, en Barcelona, teníamos claro que el objetivo no era solo el de levantar columnas de una Logia en Buenos Aires sino el de traer el RER a Sudamérica. Por otra parte no se trataba éste de un RER edulcorado, adaptado a la modalidad impuesta por quienes solo reconocen los tres primeros grados simbólicos de Aprendiz, Compañero y Maestro, sino de un RER en su máxima ortodoxia, cuya bisagra y bandera es ese cuarto grado de la Clase Simbólica denominado Maestro Escocés de San Andrés, poseedor a su vez de una Clase Caballeresca que conforma la Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa. Ese era el desafió. Porque aquí no había Maestros Escoceses de San Andrés, ni mucho menos CBCS. Había que formarlos.

Con César Rivera, Gran Visitador General, Representante del GPDH en Bolivia
junto a los HH. con responsabilidades de gobierno en las Logias de la Orden Rectificada

De modo que en esa primera etapa los viajes a Europa se volvieron frecuentes hasta que pudo lograrse la masa crítica de HH.·. Maestros Escoceses, y luego el número de Caballeros –armados en Barcelona– que nos permitiese crear la primera Encomienda, y luego otras dos y, más recientemente, una Prefectura. Pero a poco de andar sucedió, en aquellos primeros tiempos, que un importante grupo de HH.·. bolivianos, encabezados por el M.R.H. César Rivera decidieron levantar sus primeras Logias en el Oriente de Cochabamba. Luego se sumarían los HH.·. chilenos liderados por el M.R.H. Pedro Morales Segura. La tarea dejó entonces de constituir una temeridad para convertirse en el desafío de un crecimiento prolongado.

Hace algunos días, en la sede del Gran Priorato de Hispania en Bolivia, dimos un paso muy importante, dejando plantados los cimientos para la creación del primer Directorio Escocés Provincial en América Latina, que es la denominación equivalente, en nuestro Régimen Escocés Rectificado, a una Gran Logia Provincial. Diez años después de aquel inicio, el RER en suelo hispanoamericano se encuentra a punto de completar la estructura de sus Logias y Capítulos bajo el estandarte del GPDH. 

En estos años se sucedieron al frente del Gran Priorato de Hispania tres masones que confiaron en nosotros y apoyaron este proyecto: los MM.RR.HH., Ramón Martí, Josep Martí –que vendría en varias oportunidades a tierras americanas– y su actual Gran Maestre, Ferrán Juste. Esperamos que el próximo viaje de dignatarios de la Orden Rectificada con asiento en Europa a estas latitudes sea con el objeto de instalar el mencionado Directorio Escocés Provincial.     

Entre las principales actividades llevadas a cabo en Bolivia se destacan las ceremonias en las han sido hechos Maestros Escoceses HH. quienes tendrán la responsabilidad de conducir nuevas Logias, en particular la que se creará próximamente en la ciudad de Sucre, “Et Vires Voluntatis Nº 12” a partir del Triángulo que ya funciona allí, tal como también ocurre en Santa Cruz de la Sierra. Fueron días intensos dedicados a la instrucción masónica y a las cuestiones administrativas necesarias para el cumplimiento de los objetivos del RER. La próxima constitución de autoridades provinciales marcará un paso definitivo y será, para algunos de nosotros, una meta cumplida y el inicio de una nueva etapa.

Pero volviendo a aquello de que la fraternidad no tiene Patria, quiero expresar mi agradecimiento a los HH. de Bolivia por todo el afecto y las atenciones recibidas. Es verdad que cada país tiene una idiosincrasia masónica diferente y que, aunque compartimos una misma raíz cultural, los sentimientos y las costumbres varían en cada lugar. Es muy relevante que en Bolivia la masonería se proyecte fuertemente hacia el interior de las familias y que los HH. compartan permanentemente actividades que incluyen a sus esposas y sus hijos. Esto es algo que no deja de sorprenderme por su intensidad y por el sentimiento profundo de amor que une a los miembros de nuestra Orden Rectificada en este querido país. Habla muy bien de todos ellos y especialmente de sus líderes. 

Ya finalizando esta breve reseña quiero hacer una reflexión acerca del egoísmo del que hacía mención Alphonse de Lamartine. En todos estos años vividos en el seno del RER, con sus ciclos positivos y negativos, con sus dulzuras y también sus amarguras –porque toda construcción humana es compleja– si hay algo de los que podemos estar orgullosos los masones rectificados de esta parte del mundo, es que siempre se antepuso el bien general como la razón de nuestros trabajos, y que cada uno, en la medida de sus fuerzas fue tan valiente como capaz de pensar en lo mejor para todos. Eso me produce una certeza, que permanece grabada en el corazón de los Maestros Escoceses: Meliora Praesumo. Los tiempos mejores son aquellos que aun están por llegar. 

El ideal iniciático, según Oswald Wirth


Siempre es una buena noticia la aparición de nuevas ediciones de los autores de obras clásicas sobre la francmasonería. Es el caso de "El ideal Iniciático", que acaba de publicar Editorial Kier. Se trata de una obra escrita por Oswald Wirth, nacido en Brienz, Suiza (5 de agosto de 1860 - 9 de marzo de 1943), y que fue el secretario del marqués Stanislas de Guaita (que fuera junto con Joséphin Péladan cofundador de la Orden cabalista de la Rosa Cruz). 


Wirth fue uno de los más importantes intérpretes de la simbología esotérica occidental y dibujó, en colaboración con Stanislas de Guaita, un Tarot editado con el nombre de Tarot de Wirth. Sin embargo, su interés literario se centró principalmente en la francmasonería y el simbolismo de sus grados. Es autor de numerosas obras, entre las que destaca el presente volumen, convertido en un clásico sobre la simbología de la iniciación masónica.

Afirmaba Wirth que "La iniciación no se da ni está al alcance de los débiles, que es preciso conquistarla y, al igual que en el cielo, solo lograrán los decididos. Por eso no exige al candidato un acto heróico: debe hacer abstracción de todo, realizar un vacío en su mente, a fin de poder crear su propio mundo intelectual partiendo de la nada e imitando a Dios en el microcosmos."

En efecto, Wirth define a la masonería como una escuela iniciática, es decir, que confiere sus misterios a través de una ceremonia denominada Iniciación. Uno de los méritos de este libro es que el autor centra la atención del lector en el análisis de este "rito de pasaje" que se encuentra en el epicentro del misterio.

El autor

Dice Wirth que enseñar a través del silencio es un proceso tradicional de la iniciación masónica: No hay en ella palabras que de alguna manera puedan alterar la verdad, sino actos que inducen a una investigación consciente y esmerada. En todo caso, el ritual de iniciación en una guía a través de ese pasaje en el que el alma peregrina hacia el santuario que existe en nuestro interior. Por esa razón no debe considerarse a esta obra como una descripción literal, sino como una invitación a desarrollar inquietudes que nos acerquen al descubrimiento del sentido profundo de la iniciación.

Tal es el objetivo último de estas páginas, en la que, tras un esbozo histórico y un clarificador concepto de la francmasonería, el autor nos guía en cada una de las etapas del camino, instruyendo sobre los deberes, las obras y los poderes de un iniciado auténtico. Con claridad y sencillez, Oswald Wirth nos sugiere que El Ideal Iniciático es el punto de partida hacia la más sublime de las realizaciones del ser.


sábado, 23 de junio de 2018

Algunos apuntes sobre la edición en inglés de "On the Temple", de Beda el Venerable.

En tiempos tan volátiles nada mejor que regresar a los viejos textos sobre los que se ha construido nuestra cultura. Más aun cuando se trata de los cimientos de un edificio que lleva siglos de construcción y cuya identidad se vuelve cada vez más difusa, aunque no por ello menos inquieta  y vigorosa. La francmasonería es un fenómeno en el que convergen tradiciones de distintos orígenes. De todas ellas, la más negada, antaño y hogaño, es la tradición cristiana. Por eso creo valioso compartir algunas notas respecto de un libro sobre el Templo de Salomón escrito hace trece siglos sobre al que regreso una y otra vez, buscando nuevos significados e interpretaciones. ¿Por qué ejerce sobre nosotros, los masones, tanta fascinación el Templo de Salomón? Recuerdo que en el año 2014, caminando por las galerías subterráneas excavadas debajo de los cimientos del Templo de Jerusalén, me encontré con una inmensa pared de roca tallada de la cual se cree que es la más grande y pesada jamás labrada por el hombre. Estábamos en el nivel de la base del Templo de Herodes; incluso hay un cartel curioso que dice "Herods Masonry". Pensé en aquel momento que los cimientos del primer Templo, el de Salomón, estaban aun más abajo, mucho más abajo que nosotros, a una profundidad a la que se supone ya han excavado minuciosamente los israelíes, pero que hasta ahora permanece cerrada al público. También pensé que el monje inglés que escribió ese libro hace trece siglos, tratando de encontrarle un sentido, nos había legado una simbología -o mejor dicho, una suerte de alegorías- que aun nos acompaña. Pero hecha esta introducción, aquí van los apuntes de estos días de relectura.

Recientemente, un muy Q.·.H.·. me regaló un ejemplar de la "Historia eclesiástica del pueblo de los anglos", de Beda, en una edición realmente admirable de la colección de Clásicos Latinos Medievales de AKAL. Este gesto me devolvió a la lectura de Beda e inmediatamente de leer esta versión, ahora en español de "Historia eclesiástica..." volví a releer otra del monje inglés que, por fortuna, también me llegó a través de un gesto generoso. En efecto, hace algunos años, luego de que se publicara la segunda edición de “La Masonería y sus orígenes cristianos”, y en oportunidad de una tenida a la concurriera en la sede del Gran Priorato de Hispania, en Barcelona, un Q.·.H.·. tuvo la gentileza de obsequiarme un ejemplar de una edición inglesa de la obra de Beda, el Venerable, De Templo Salomonis. Se trata de Bede: On the Temple, una versión de De Templo Salomonis Liber, traducida por Seán Connolly y publicada por Liverpool University Press.

La edición inglesa de On the Temple

Tiempo antes de aquel viaje, junto al Q.·.H.·. Jorge Sanguinetti (hoy en el Oriente Eterno), habíamos emprendido la traducción directa del latín, que fuera publicada primero por Manakel y luego por Ediciones del Arte Real.[1] Pero el valor de la edición en inglés radica, principalmente, en los comentarios introductorios de una académica británica fallecida recientemente, Jennifer O’Reilly (1943-2016). 

En la Introducción O’ Reilly hace una brillante exposición acerca de las alegorías arquitectónicas escritas por Beda, especialmente en el texto presentado. En realidad, más que una introducción es un ensayo que contiene infinidad de elementos que pueden ayudarnos a comprender el vínculo entre las alegorías contenidas en los escritos monásticos y el simbolismo masónico.

Jennifer O'Reilly

Explica O’Reilly que el Tabernáculo y el Templo de Salomón son un tema recurrente a lo largo de las escrituras exegéticas de Beda (también lo son a lo largo de toda la simbología masónica). De hecho son el eje principal de tres homilías y tres de sus comentarios bíblicos, De Tabernáculo (c. 721-725), In Esram et Neemian (c. 725-731) y De Templo (c. 729-731). A primera vista –dice O Reilly–, el interés de Beda por estas construcciones, sagradas para el Pueblo Judío, junto con el culto llevado a cabo por los sacerdotes y su complejidad ritual, pueden parecer antiguos y extrañamente ajenos a la preocupación vital contemporánea de la Historia Ecclesiastica gentis anglorum (731). Recordemos que Beda es considerado "El Padre de la Historia Inglesa" y que el interés en su obra se ha concentrado justamente en aquellas de carácter histórico. En efecto, su "Historia eclesiástica del pueblo de los anglos" introdujo a lo que luego sería Inglaterra en la historia escrita. En cambio, sus escritos teológico-exegéticos –que abarcan un tercio del Antiguo Testamento y casi la mitad del Nuevo– en su mayoría no han sido traducidos del latín. De hecho, cuando con Jorge Sanguinetti comenzamos a traducir De Templo en 1998 no sabíamos acerca de esta edición de Liverpool University Press, editada en 1995.

Para O’ Reilly –que fuera catedrática en Historia Medieval en el University College Cork– la exposición alegórica del ornamento figurativo en el Templo de Salomón condujo a Beda a concluir en que el arte de la defensa de la religión, a menudo citado, proporciona "una escritura viva" para los analfabetos. Esta afirmación de O’Reilly parece enmarcar a la alegoría arquitectónica de Beda dentro de la denominada “pedagogía de masas” que describe Georges Duby[2] al analizar el carácter pedagógico del arte románico mediante el cual las Sagradas Escrituras se presentaban, de modo figurativo, a los ojos de los iletrados. En la Alta Edad media, y durante el largo reinado del arte románico, los masones, literalmente, describían historias en la piedra.

Entre muchos otros análisis interesantes, O'Reilly investiga el modo en que Beda interpreta de manera diferente la construcción del Tabernáculo del Desierto y el Templo de Salomón. En tanto que el Tabernáculo es una obra circunscrita al pueblo judío, el Templo de Salomón adquiere un carácter más universal. Dice O’Reilly: “Parte de la distinción que hace Beda entre la construcción del Tabernáculo y el Templo de Salomón es que los judíos construyen el Tabernáculo solos, en cambio Salomón construye el Templo con la fuerza de trabajo de los gentiles enviados por el rey Hiram.”.

Resulta evidente que el contexto histórico en el que vive Beda (cercano en el tiempo a la conversión al cristianismo de los pueblos anglosajones de Inglaterra) requiere de una alegoría que exceda el marco del judaísmo. Por otra parte, Beda forma parte del grupo de exégetas que buscarán las raíces teológicas del cristianismo en el Antiguo Testamento. La mayoría de sus biógrafos afirman que –al igual que Alcuino de York, Rabano Mauro y Walafried Strabón, entre otros– tenía cierto dominio sobre la lengua hebrea.

Dice O’Reilly que en la Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum [3], el proceso por el cual los pueblos anglos, inicialmente fueron traídos a la fe y luego se integraron cada vez más en la iglesia universal, se presenta como una continuación de la conversión de los gentiles registrada en los Hechos de los Apóstoles, en respuesta al mandato de Cristo de enseñar a todas las naciones.[4]

No debiera extrañarnos la abundancia de una exégesis surgida en la Alta Edad Media que concentra su interés en la piedra. Los apóstoles San Pedro y San Pablo hablan de Cristo como la Piedra Angular y de los fieles como Piedras Vivas. Beda, por su parte –y posteriormente varias generaciones de benedictinos, entre los que se destaca Honorio de Autum– se referirán al arte de pulir la piedra y definirán a los constructores como homines quadrati.

En la Primera Carta de San Pedro (1 Pedro 2) se exhorta a los cristianos: “Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; Y el que creyere en él, no será avergonzado”. En tanto que el apóstol Pablo (Efesios 2:19-22) dice: “Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, 20 edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular. 21 En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor. 22 En él también ustedes son edificados juntamente para ser morada de Dios por su Espíritu”.

Esta tradición por la que la piedra adquiere un carácter alegórico en la construcción del cristianismo es temprana y puede encontrarse en una numerosa literatura patrística. O’Reilly rescata, a modo de ejemplo, un texto sobre la dedicación de la catedral de Tiro, hecho acaecido en 317, en el que Eusebio había aplicado casi toda la serie de textos bíblicos sobre el Tabernáculo, el Templo y las piedras vivas, etc. a la nueva iglesia y alabó a su patrón-obispo como un nuevo Salomón.[5] El tópico, si no ese ejemplo en particular, era ciertamente conocido para los escritores insulares.[6]

Beda consideraba la construcción de iglesias de piedra como parte de la evangelización de los anglosajones y, probablemente, como un aspecto del aumento de las influencias culturales romanas y galas en su posterior conversión. Pero, como señala Arthur Holden[7], a pesar del interés de Beda por la metáfora arquitectónica para describir a la Iglesia, nunca le da a una iglesia una interpretación alegórica. Serán, en todo caso, los masones que aprenden su oficio de los benedictinos, los que incorporarán conceptos propios de Beda y otros exégetas tales como “cuadrar la propia piedra” como tarea para aquel que construye un templo a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo.

Bien sabido es que estos tópicos son resistidos por gran parte de los francmasones, incluidos los andersonianos, pese a que el autor del Manuscrito Cook (el segundo más antiguo atribuido a la antigua fraternidad) menciona a Beda entre sus principales fuentes. Lo mismo ocurre respecto del monje Wilhelm de Hirsau, conde palatino de Seheuren, sobre quien hemos publicado un extenso trabajo y es considerado padre de la francmasonería alemana. 

Quienes quieran ahondar en los antecedentes monásticos de la francmasonería pueden ingresar en los enlaces que están a continuación. Mis trabajos sobre los orígenes benedictinos del simbolismo masónico están contenidos en dos obras: "La masonería y sus orígenes cristianos (Editorial Kier) y "De Templo Salomonis Libes y otros textos de masonería medieval (masonica.es)



[1] Callaey, Eduardo. De Templo Salomonis Liber y otros textos de masonería medieval. Ediciones del Arte Real, Oviedo, 2015.
[2] Duby, Georges, La Época de la catedrales. Ediciones Cátedra (Madrid) 2008
[3] Recomendamos la extraordinaria edición en español de José Luis Moralejo, publicada por AKAL

[4] O’Really, Ob. Cit. p. xvii
[5] Se refiere a Eusebio, obispo de Cesarea (c. 263 - 30 de mayo de 339, ​probablemente en Cesarea, Israel en la actualidad)
[6] O’Really, Ob. Cit. xlvi
[7] Holder, A.G,. Allegory and History in Bede's interpretation of sacred architecture, in American Benedictine. (1989) 40, 115-31.

domingo, 3 de junio de 2018

El error de creer que el populismo es cosa de pobres e ignorantes




Como una letanía, los grandes conglomerados de medios de comunicación del mundo –principalmente los occidentales–, repiten una y otra vez su perplejidad y su alarma ante el avance de los partidos políticos de ultraderecha, anti-sistema, euroescépticos, etc. que parecen haber aumentado su poder desde  la llegada de Donald Trump a la presidencia de los EE.UU.

Es cierto que el Make America Great Again o el America first de Trump suena similar a los lemas de campaña del Frente Nacional de Marinne Le Pen, o del AfD (Alternativa para Alemania) de Alice Weidel y Alexander Gauland, o el PVV (Partido de la Libertad) de Geert Wilders en Holanda, o del JOBBIK húngaro de Gabor Vora. Incluso puede asociarse con tres formaciones que ya están en el poder: la Liga del Norte de Matteo Salvini, el PiS (Partido Ley y Justicia) de Andrzej Duda –que gobierna Polonia– y el FPÖ (Partido de la Libertad) de Heinz-Christian Strache –que gobierna Austria–, por nombrar solo algunos. Es justamente la llegada al poder de una alianza entre la ultraderechista Liga del Norte y el partido anti-sistema M5E (Movimiento cinco Estrellas) de  Luigi di Maio lo que multiplicó las voces inquietas del establishment en estos días. Que, de paso sea dicho, ha prohibido el ingreso de los masones a cualquier estamento del Estado italiano

Expresiones como “xenofobia”, “política estrafalaria” y “populismo”, se repiten a diario en los periódicos. Una cohorte más o menos uniforme de intelectuales liberales y socialdemócratas condena a todas estas agrupaciones políticas y las subestima del mismo modo que lo hace desde principios de los 90, cuando la mayoría de los grupos de ultraderecha se circunscribía a minorías poco significativas, sin chance de llegar al poder. El problema es que hoy, en algunos casos, estas agrupaciones están gobernando y, en otros, se han convertido en la principal fuerza de oposición en sus países. De modo que la prensa que responde al establishment debería preguntarse si basta con la descalificación para comprender las raíces del problema. La Unión Europea enfrenta un desafío sin precedentes desde su fundación, mientras desde este lado del Atlántico los Estados Unidos parecen tolerar a Donald Trump, que mantiene índices de popularidad que nadie imaginaba. Aun así, la reacción de los grandes conglomerados de medios en Occidente sigue siendo la burla y la crítica despectiva. ¿Alcanza esto?

¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Es que gran parte del electorado se volvió de pronto neonazi? Cabría indagar por qué razón estos movimientos ganan terreno y amenazan con desequilibrar el conjunto de las instituciones nacidas en la posguerra y consolidadas luego de la caída del Muro de Berlín. Pero habría que hacerlo intentando un análisis más complejo y menos simplista que el que se lee a diario. Veamos cuál es la explicación casi unánime de los medios (y sus encuestas) respecto de este fenómeno:

El populismo de derechas cala en los desencantados con el sistema; en los que creen que los poderes centrales (Bruselas, Washington, el FMI etc.) llevan a cabo políticas perjudiciales para sus países; en los antiguos polos obreros en donde prende el discurso anti-inmigración por la llegada de mano de obra barata que se traduce en salarios más bajos y desempleo; en los sectores más vulnerables y de menor educación.

Es común que la tipificación de los votantes de Trump se asocie con obreros obesos que tragan hamburguesas, o los del Frente Nacional con granjeros franceses sin título universitario, o toscos campesinos austríacos bebiendo cerveza y exhalando un tufillo radical, y así en cada caso. De acuerdo a las encuestas que estos mismos medios reproducen, a todos los votantes de estos partidos los une estar en el escalón más bajo de la pirámide educativa (“los sectores más vulnerables”, que es un eufemismo para referirse a los más ignorantes).  Según esta visión, la élite bien pensante (ejemplo: los demócratas en EE.UU. y los progresistas en Europa) estaría vacunada contra el neofascismo (“nosotros”, los cultos, progresistas, libre pensadores y multiculturales), en tanto que los más limitados en su educación (“ellos”, los burros, iletrados, y fascistas) serían la presa fácil del discurso del populismo oportunista. ¿Esto es así de simple? Pues más o menos esto es lo que transmite la prensa. Sin embargo, la cuestión es mucho más compleja de abordar, siendo su lado más inquietante el miedo.

Los seres humanos seguimos siendo especialmente sensibles al miedo. Hay una definición muy interesante de la palabra miedo: Es una emoción caracterizada por una intensa sensación desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presento o futuro o incluso pasado. Es una aversión natural al riesgo o la amenaza, y se manifiesta en todos los animales, lo que incluye al ser humano. Lo cierto es que sin miedo, sin un alerta ante el peligro, simplemente no sobreviviríamos. De modo tal que el miedo ha sido una herramienta exitosa para el hombre a lo largo de su historia.

Hacia 1994 el historiador francés Georges Duby –asociado a L’École des Annales, de tendencia filo-marxista, fundada por Marc Bloch–, accedió a mantener una serie de entrevistas con los periodistas Michel Faure y François Clauss. El eje de esas entrevistas era comparar los miedos de la gente del año 1000 con esta otra que ahora estaba por llegar al año 2000. Duby creyó atractiva la idea de confrontar los conocimientos de un historiador (que conocía mucho acerca del hombre del primer milenio) con dos periodistas que podían hablar de la experiencia recogida respecto del miedo de nuestros coetáneos. 

¿Para qué escribir Historia –se preguntaba entonces Duby– si no se lo hace para ayudar a nuestros contemporáneos a confiar en el porvenir y encarar mejor armados las dificultades que encuentran día a día?”. Las entrevistas fueron publicadas en L’Express y difundidas por Europe 1. Posteriormente dieron lugar a un libro que se publicó al año siguiente y se tradujo inmediatamente a otras lenguas.

Se decidió que las entrevistas giraran en torno a cinco miedos: El miedo a la miseria, el miedo al otro, el miedo a las epidemias (recordemos lo que en 1994 sucedía en torno al HIV), el miedo a la violencia y el miedo al más allá. Cuando Duby fue interrogado acerca de si advertía, en el seno de la sociedad actual, una sensación de miedo que pudiera asemejarse a una sensación de hace mil años, respondió algo muy interesante:

Nuestra sociedad está inquieta. Lo prueba el hecho de que se vuelve decididamente hacia su memoria. Nunca hemos conmemorado tantas cosas […] Este apego al recuerdo de los acontecimientos o de los grandes hombres de nuestro historia también ocurre para recuperar la confianza. Hay una inquietud, una angustia, crispada al fondo de nosotros.

En el transcurso de una de las entrevistas, los periodistas trajeron a colación la posibilidad de una irrupción masiva de inmigrantes provenientes del Este y del Africa y el miedo que ello representa. Duby respondió que la gran diferencia entre la Europa actual y la de la Edad Media es que en la época feudal no era, como hoy, una zona poco poblada a la que rodeara un área exterior llena de gente capaz de precipitarse sobre ella. Los europeos de esos tiempos –decía entonces– jamás se sintieron amenazados por una ola demográfica.

Duby murió en 1996. No alcanzó a ver el desguace de Irak. Ni la desestabilización de Libia, ni el reparto de Siria. Tal vez ni siquiera imaginó que en los siguientes veinte años el número de migrantes en el mundo alcanzaría más de 200 millones, de las cuales unos 70 millones recalarían en Europa. Tampoco imaginaba que junto con las continuas oleadas de refugiados llegaría a Occidente el islamismo radical que irrumpió con atentados atroces. Por el contrario, afirmaba en una de las entrevistas que Europa Occidental ha tenido el raro privilegio de no sufrir invasiones exteriores durante mil años.

Respecto de la xenofobia contemporánea, que integra el temor a una pérdida de identidad cultural, se le preguntó si existía este sentimiento en la Edad Media. Duby respondió que no; que la Europa del año 1000 era una Europa joven, en expansión, que se lanzaba al asalto de otras regiones y que tenía entonces vigor bastante para crear su propia cultura con lo que tomaba de otras. ¿Hace falta explicar que no es necesario ser un intelectual para percibir el modo en que hemos debilitado esa capacidad y ese vigor? ¿Por qué razón el hombre de a pié, la base de la pirámide social, dejaría de sentir miedo a este otro que viene con su propia cultura cuya fuerza emerge no solo vigorosa sino con ánimo de apropiación? ¿Qué respuesta han dado las instituciones europeas a la sociedad, para evitar la enfermedad del miedo al otro?

Vivimos atrapados en el interés de los mercados, de los centros financieros, en una indigna concentración de la riqueza, pero pretendemos que los antiguos polos obreros en donde prende el discurso anti-inmigración por la llegada de mano de obra barata reaccionen solidarios con el inmigrante, cuando lo que no dice la prensa liberal occidental es que en la base de las oleadas de refugiados se encuentra el impulso depredante de las potencias occidentales que ha hecho de Medio Oriente y de África un infierno invivible.

El obrero tiene miedo de perder lo único que tiene: su trabajo.

Duby recuerda, con acierto, que cuando en el siglo XII se produjo el fenómeno del primer gran crecimiento urbano, brutalmente, en los suburbios de las ciudades se amontonaban los desarraigados. Llegados del campo para aprovechar el desarrollo de las ciudades, se encontraban con la puerta cerrada. De esa angustia –dice Duby– nacció un nuevo cristianismo, el de Francisco de Asís, antepasado de los sacerdotes obreros.

¿Por qué debería reducirse solo a la “poca educación” el miedo que siente un padre cuando ve a un sin techo en las grandes ciudades y piensa en el futuro de sus hijos? Cómo evitar la sensación de desesperanza cuando, los fines de semana, las zonas adyacentes a las cities financieras, se pueblan de hombres calentando sus manos en el fuego de tambores.

El contraste entre la opulencia en la que viven los burócratas de las instituciones políticas y financieras y la pobreza en la que vive gran parte de la sociedad no ha sido resuelto por el modelo imperante. ¿Qué respuesta a la pobreza ha dado el sistema, con todos sus avances tecnológicos, con todas sus instituciones económicas, con el impresionante avance en la capacidad de producir más y mejores alimentos? El miedo a la miseria es un miedo inevitable, al igual que el miedo al otro diferente, que viene a arrebatarme el mínimo necesario que me concede el sistema. En ese miedo descansa gran parte del fenómeno del crecimiento de la ultraderecha europea. Y si no resolvemos el fondo de la cuestión veremos las consecuencias en el corto plazo.



La obra citada es: Duby, Georges. Año 1000. Año 2000. La sombra de nuestros miedos. Editorial Andrés Bello (Santiago de Chile), 1995.


sábado, 26 de mayo de 2018

Una masonería que se ignora a sí misma.





Nunca antes hemos tenido la posibilidad de acceder a tanta documentación como la que nos permite la revolución tecnológica que recorre el mundo. Hace apenas unas décadas atrás hubiese sido imposible imaginarse la cantidad de herramientas que ahora están al alcance de nuestras manos y que nos abren la posibilidad de explorar los distintos paradigmas que conforman el universo masónico. El acceso a las fuentes, la digitalización de las grandes bibliotecas y archivos, y especialmente la publicación de trabajos de grandes medievalistas que han cambiado radicalmente la visión que teníamos de la Edad Media, constituyen una oportunidad inédita para todos aquellos que tenemos vocación por investigar los antecedentes, la historia y el impacto de la francmasonería en la cultura occidental.

Durante muchos años la francmasonería, especialmente la latinoamericana, sufrió una suerte de autismo. El autismo se define como un trastorno psicológico que se caracteriza por la intensa concentración de una persona en su propio mundo interior y la progresiva pérdida de contacto con la realidad exterior. Leíamos los mismos libros, repetíamos los mismos mitos y trasmitíamos las mismas historias recibidas, deformadas por el tiempo (aveces intencionalmente), como en el juego del teléfono roto.

Esta incapacidad de acompañar el intenso trabajo académico, tanto en el ámbito de la historia como en el de la sociología, nos llevó a simplificar los relatos, el de aquellos que se identifican con las raíces andersonianas inglesas, como los que encuentran en la Revolución Francesa el numen de la masonería moderna, como también los que adhieren a una masonería tradicional cuyas raíces están ancladas en tiempos de los monasterios y las catedrales, como es mi caso. Si desde la masonería se produjesen trabajos de investigación al ritmo que crecen las capacidades de acceso a una literatura cada vez más especializada en el largo milenio que se extiende entre el siglo V al XV, y si dejásemos de lado las mezquindades propias de nuestros respectivos relatos, tal vez podríamos reproducir en América Latina las academias, los seminarios y los centro de investigación que están produciendo una verdadera revolución historiográfica en Europa.

Pero, desde luego, el poner bajo análisis a los respectivos paradigmas siempre resulta difícil. Y si lo es para el mundo académico, más aun lo es para un ámbito como el masónico en el que los que están dispuestos a un estudio profundo no son precisamente mayoría. Un tema que me tiene atrapado hace meses es el comprender de dónde surge la reacción posterior a los acontecimientos de 1789 dentro de la masonería continental; a partir de donde comienza el proceso de descristianización de la masonería europea, más precisamente de la francesa. Y a decir verdad, el germen de esta descristianización se encuentra en el propio proceso de institucionalización de la Orden, en la medida que los masones operativos –los que todavía en verdad construían–, adhieren a la concepción renacentista que reivindica el retorno al mundo clásico y condena un milenio de cristianismo in totum imponiendo un meta-relato que aun hoy forma parte de los programas de estudio de muchas escuelas.

El término “Renacimiento” (Rinascita) comenzó a utilizarse en el siglo XVI. De lo que se hablaba era de lo que la mayoría aun interpreta: “Las Artes y las Letras, que parecían haber naufragado junto con la caída del mundo romano, regresaban luego de diez siglos de oscuridad y tinieblas para brillar con un nuevo esplendor”. Regine Pernoud describe cómo, para la mentalidad de aquel tiempo (y no solo del siglo XVI sino en los tres siguientes) había habido dos épocas de luz: La Antigüedad y el Renacimiento ­–los tiempos clásicos–. Y entre ambas, una “edad media”, un período intermedio, un bloque uniforme, siglos toscos, tiempos oscuros.[1]

Un ejemplo de esta fascinación por lo clásico son dos personajes ingleses vinculados con la masonería en las Islas Británicas, antes de que se creara la tan mentada Gran Logia de Londres: William Herbert, conde de Pembroke (1580-1630, y el legendario arquitecto y escenógrafo Iñigo Jones (1573-1652). El conde de Pembroke era un artista de renombre en las logias inglesas. Al igual que muchos otros masones, había viajado a Italia deslumbrado por el arte florentino. En aquella aventura lo había acompañado un joven pintor nacido en Londres, Iñigo Jones, cuyo talento lo convertiría en uno de los más famosos arquitectos y escenógrafos británicos.

Vuelve a Italia en 1613 con el fin de investigar profundamente la obra del gran arquitecto italiano Palladio, estilo que asume como propio convirtiéndose en una figura sobresaliente de la arquitectura inglesa, consolidando en el reino el gusto por el clasicismo renacentista italiano. Al regreso de este segundo viaje, y en medio del escándalo que provoca el rey al disolver el Parlamento, es nombrado Intendente General de la Corona.

Su labor como Gran Maestre no sería menor en importancia que los servicios prestados al reino.[2] Reorganizó las logias; hizo venir de Italia a arquitectos italianos distribuyéndolos en los principales talleres; estableció logias especiales de instrucción y modificó el régimen de las asambleas anuales por el de trimestrales. Dispuso que la Gran Logia se reuniese los días 24 de Junio, 27 de diciembre y 25 de marzo en Londres y que las mismas se llevasen a cabo con solemnidad, desde las 12 del mediodía hasta las 12 de la noche. De allí proviene una antigua costumbre trasladada a los rituales masónicos que, simbólicamente comienzan “a medio día en punto” y culminan “a medianoche en punto”. Sin embargo, el detalle relevante es que durante su Gran Maestría, fueron iniciadas en la antigua fraternidad de los masones muchas personas de posición que nada tenían que ver con la arquitectura pero que sabían que la masonería reunía en su seno a individuos que abrevaban en las doctrinas “esotéricas” y en un conocimiento reservado a los círculos iniciáticos. La mayoría de estos hombres compartían el mismo desprecio por lo que denominaban, peyorativamente, “los tiempos góticos”.

A principios del siglo XVIII, época en la que se funda la Gran Logia de Londres, esta obnubilación por lo clásico había llegado a su apogeo en Inglaterra. Prueba de ellos es el manifiesto desprecio hacia la arquitectura medieval expresado en las propias Constituciones de Anderson. Veamos este texto extraído de las páginas 38 y 39 de la edición original de 1723:

El cuidado que los escoceses tuvieron con la verdadera Masonería fué después muy útil en Inglaterra, porque la erudita y magnánima reina Isabel que fomentó otras artes, no fue propicia al Arte Real ya que como mujer no podía ingresar en la Masonería, aunque como Semíramis y Artemisa hubiera podido aprovechar los servicios de los masones. Pero a su muerte heredó la corona de Inglaterra Jaime VI de Escocia, y como era masón reavivó las Logias inglesas. Fue el primer rey del Reino Unido de la Gran Bretaña, y también el primer monarca que restauró la arquitectura romana de las ruinas de la gótica ignorancia. Porque después de siglos de incultura y tenebrosidad, tan pronto como renació el conocimiento y la Geometría recobró su terreno, las naciones cultas echaron de ver la confusión e impropiedad de los edificios góticos y en los siglos XV y XVI levantaron en Italia de sus ruinas el estilo augustiano, Brabante, Bárbaro, Sansovino, Sangallo, Miguel Ángel, Rafael de Urbino, Julio Romano, Serglio, Labaco, Scamozi, Vignola y muchos otros insignes arquitectos, y sobre todo el gran Palladio, que todavía no ha tenido imitadores en Italia, aunque justamente lo emuló en Inglaterra nuestro eximio Maestro Masón Iñigo Jones.[3] (lo subrayado es nuestro).

 


Este desprecio por el arte gótico no fue solo incentivado por los masones ingleses. En el siglo XIX, especialmente en la literatura surgida bajo la influencia de los Iluminados de Baviera, ocurrió algo parecido con los historiadores alemanes. Findel, al igual que Fichte, Fessler y Krause utilizaban el mismo concepto de diese alten gotische Constitutionen para referirse a los documentos de las antiguas corporaciones de constructores de la Edad Media (¡esas vetustas constituciones góticas!). Findel sentía un profundo rechazo hacia cualquier evidencia que relacionara a los constructores medievales con la francmasonería moderna, porque –y aquí hay que reconocerle su honestidad intelectual– para él estaba claro que los precursores de “los tiempos góticos” habían sido los propios monjes benedictinos. Veamos un pasaje interesante de su Historia general de la Francmasonería:

 “...La construcción de los edificios religiosos se debe, en primer lugar, a la iniciativa del clero. Los conventos fueron los verdaderos focos de la actividad industrial y fecundaron también el suelo, transformando en verdes oasis llanuras estériles y desiertas. Por estas causas el arte de construir fue en principio ejercitado por los monjes. Los benedictinos primero y más tarde los cistercenses, se ocuparon de la construcción. Cada convento era una colonia, donde además de dedicarse a la práctica de la piedad, se estudiaban las lenguas, la teología y la filosofía, se ocupaban activamente de la agricultura y se ejercía y enseñaban todos los oficios... Los abades trazaban los planos y dirigían su construcción, estableciendo de este modo una corriente de inteligencia entre las relaciones de los conventos...”.

Es muy significativo el hecho de que las corriente fundada por Adam Weishaup (los Iluminados de Baviera), que infiltra a la francmasonería alemana en la segunda mitad del siglo XVIII, adoptara una simbología clásica, y que incluso los nombres simbólicos de sus líderes fuesen todos tomados de personajes del mundo clásico, especialmente del siglo de Pericles, una verdadera muestra de la confrontación entre una concepción cristiana medieval y otra “neoclásica” que concluye en un conflicto sangriento de proporciones continentales.

A los que estén interesados en comprender las razones culturales y sociológicas de este proceso de devaluación de todo lo medieval recomiendo la lectura de las obras de Regine Pernoud, ampliamente traducidas al español y de fácil acceso, si uno se lo propone.



[1] Pernoud, Regine, Para acabar con la Edad Media, José J. Olateña Editor (Barcelona, 2003), p. 18 y ss.
[2] Luego de dejar su cargo de Gran Maestre, Jones dirigió extraordinarias obras entre las que cabe destacar la Queen’s House (1617-1635, en Greenwich; la Queen’s Chapel (1623-1627) en St. James’ Palace; la urbanización del Covent Garden (1630) y la restauración de la catedral de San Pablo en Londres, (1633-1642) labor que, pese al gran incendio de 1666 influyó notablemente en la obra posterior de Christopher Wren.
[3] Estamos utilizando la traducción hecha por Federico Climent Terrer (Barcelona, 1936), aunque en esta página puede verse el facsímil de la edición original de 1723.

Nueva edición de "La Masonería y sus orígenes cristianos"

Comentarios a la nueva edición de "La Masonería y sus orígenes cristianos"

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